Desde su llegada a Asunción, el Sumo Pontífice se mostró especialmente afectuoso con los más pequeños. En el aeropuerto Silvio Pettirossi, fue recibido por coros infantiles de Luque y de la comunidad Aché. Allí, dos niños rompieron el protocolo para correr hacia él. Francisco no solo no lo impidió, sino que él mismo pidió a la seguridad que los dejara acercarse.
“Fue el propio Papa quien pidió que permitieran a los niños acercarse durante su recorrido”, recordó Enrique Ramírez, quien fue coordinador ejecutivo de la Visita Papal en ese entonces. Durante los tres días que duró su estadía, este gesto se repitió una y otra vez: Francisco se detenía a besar, bendecir y abrazar a cada niño y niña que se le acercaba, sin importar el lugar ni el protocolo.
Uno de los momentos más conmovedores se vivió en el Hospital General Pediátrico “Niños de Acosta Ñu”, donde recorrió las salas y compartió palabras, gestos y sonrisas con los pequeños pacientes internados. Fue luego de ese encuentro cuando, profundamente conmovido, pronunció un discurso en el que destacó la pureza y espontaneidad de los niños.
“Jesús le dice a los grandes que si no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. ¿Qué quiso decir Jesús con eso? Que nos hagamos como los chicos, que aprendamos de ellos. Ellos no tienen vergüenza y me dan sus cartas con tanta espontaneidad”, expresó Francisco. También contó que un niño le regaló su credencial “para que siempre lo recuerde”.
Aquel gesto, como tantos otros, reflejó el alma compasiva del Papa Francisco, que vivirá en nuestra memoria no solo como el primer pontífice argentino y latinoamericano, sino como el Papa del pueblo, de los gestos simples y del amor sincero.
Hoy, tras su partida, Paraguay lo recuerda con gratitud y emoción, especialmente por esos abrazos que quedarán grabados para siempre en el corazón de su gente más pequeña: los niños.