La silla de un piloto que destaca en el museo de la Basílica

La silla de un piloto que destaca en el museo de la Basílica

El 22 de abril de 1985 un avión xavante de las Fuerzas Aéreas caía sobre el cerro Aquino, ubicado en un pico de 380 metros sobre el nivel del mar, jurisdicción del municipio de Caacupé. El piloto Porfirio Figari, capitán e instructor de vuelos para pilotos en formación de combate, adiestraba al alumno Juan Benítez.

Repentinamente se presentó una emergencia. La aeronave perdió el control y el avión se precipitó con una velocidad mucho más violenta que un tirabuzón en una altitud de enroscamiento girando sobre su eje longitudinal vertical a la tierra. Es decir, el ala se despegó del avión, descontrolando absolutamente a la aeronave.

«Teníamos 12 segundos para saltar en paracaídas con el asiento eyectable. Le dije a mi alumno que salte, tal como dice el procedimiento, primero el alumno», relata el capitán. Benítez no saltó por lo que pensó que estaba desvanecido. Fue ahí cuando saltó él y cuando el avión se estabilizó un poco, cayendo de punto perpendicular a la tierra, finalmente salió despedido Benítez.

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Durante la caída, antes de saltar, en la mente del instructor Porfirio Figari apareció la imagen de la Virgen María. «Mamá, madre mía», fueron las palabras que sonaban en su mente.

“Saltamos más o menos a una velocidad crítica mientras el avión se desintegraba a 900 kilómetros por hora”, explicó. La aeronave quedó hecha añicos, se incendió y desde ese día, don Figari inició su devoción a la Virgen María.

El piloto durante su caída se veía como «un algodoncito desde arriba», según comentarios de los pobladores que observaban lo que estaba ocurriendo. Mientras caía, fue gritando durante todo su descenso y la gente miraba atónita.

El grupo de personas que lo esperaba en tierra le indicó donde estaba su alumno, a quién él creía muerto. Porfirio se levantó de su silla como si acababa de aterrizar, caminó 200 metros, apenas vio a Juan lo abrazó con toda su fuerza. “No sentía nada por la adrenalina, estaba tan eufórico”, acotó.

Inmediatamente los pobladores le condujeron a una choza cercana donde le dieron de tomar caña. Ahi el Capitán consultó a la familia que lo acogió si contaba con alguna imagen de la Virgen María. “Me trajeron a la Virgen de Caacupé y ahí luego ya me arrodille y le agradecí”.

Después empezaron a llegar al lugar los equipos de rescates y los medios de comunicación empezaron a informar sobre lo sucedido. “Ahí pensé que si mamá se enteraba, se iba a morir”, mencionó el entrevistado.

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Inmediatamente en una camilla fue trasladado en helicóptero hasta las Fuerzas Aéreas desde donde iba ser derivado en ambulancia hasta el hospital.

Una vez en la ambulancia, Figari hizo un pedido muy especial al doctor. “Podemos pasar un rato por mi casa, queda cerquita acá en curva Romero».

Llegó, bajó de la ambulancia caminando y vio a su madre llorando porque ella escuchó lo sucedido por la radio. No entendía lo que estaba pasando. «Ya empezaban mis dolores de espalda. El médico me dijo que no abuse con la visita. Le agradecí que haya desviado su ruta», expresó.

A partir de ese día el rosario es un elemento indispensable para Porfirio. Actualmente estudia teología y es monaguillo con 70 años. “Mi conversión no fue automática, pero ya nunca le olvide a la virgencita”.

Tiempo después volvió al lugar del accidente para visitar a la familia que lo recibió después de su caída pero solo encontró un oratorio abandonado. El piloto tiene secuelas en las columnas. “Yo continué volando hasta el 2010, ahí está el milagro. Yo ya no tenía que volar”.

Tuvo que parar por problemas con la pierna. “Le dije a mi copiloto aterriza vos porque mi pierna derecha no estoy sintiendo. De ahí me llevaron al IPS donde me internaron, y me dijeron que yo ya no podía volar más”.

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Los profesionales programaron una cirugía que nunca se realizó. Los médicos le advirtieron que si ese procedimiento no se hacía, dentro de seis meses o un año estaría en silla de ruedas. “Ya pasó tanto tiempo, por eso digo que soy un milagro”.

Respeta mucho a la ciencia, afirma, y se cuida mucho. “Trato en lo posible de no ser muy cabezudo, mi espíritu dice vos podés, pero mi fuerza física me tranca”.

Figari utiliza zapatos especiales, fajas, no debe subir de peso, debe hacer ejercicios, no puede quedarse parado ni sentado mucho tiempo. “Uno se acostumbra, puedo vivir la vida con eso igual. Los médicos no creen lo que me pasó. Ya no tomo esos medicamentos como lo hacía inicialmente cuando no tenía fe, ahora estoy superando con la oración”.

Asegura no haberse operado porque la cirugía no le garantizaba en un 100% su recuperación. Necesita platino en la columna porque las tres vertebras están juntas. Un mal paso puede romperlas.

Cumpliendo la promesa que le hizo a la Virgen de que iba a estar siempre a su lado, compró una casa en Caacupé. Tiempo después la vendió y se mudó a Luque pero no deja de viajar a Caacupé junto a la Virgen.

La silla que lo acompañó en ese momento trágico estuvo en casa del piloto durante 10 años. Se estaba herrumbrando entonces pensó qué hacer con ella. Habló con una monja que estaba encargada del museo, ubicado en aquellos años al lado del Banco de Fomento. “Yo le dije que era sagrado para mí, que es un testimonio de fe”. Posteriormente el asiento fue trasladado al museo de la Basílica.

Consagrado hace 10 años y ya jubilado, Porfirio Figari es de rezar el rosario diario con su esposa. Realiza celebraciones, exequias, predicas cuando su párroco lo necesita.

Padre de cinco hijos y nueve nietos, con un pequeño oratorio en su casa, acotó que “todos estamos llamados para algo en esta tierra. Me convertí en un peregrino de la fe”, refirió.